El cineasta mallorquín Jaume Carrió presenta su primer cortometraje documental, Les imatges arribaren a temps, una pieza profundamente íntima que reflexiona sobre la memoria, el archivo audiovisual y la transformación del lenguaje visual en la era de los smartphones. La obra ha sido premiada en festivales como Alcances o los Premios Pávez, y propone una lectura crítica y poética sobre cómo registramos hoy la realidad y el dolor.
Palma. 13 de septiembre de 2025. Jaume Carrió (Mallorca, 1983), licenciado en Comunicación Audiovisual por el CESAG, es profesor y director de cine. Entre sus cortometrajes destacan Chat vol dir moix (2016), Hostal Orión (2018), y Un parell de cançons després (2022). Con Woody & Woody (2018), ganó el Premio Goya al mejor cortometraje de animación. Su nuevo y único cortometraje documental se titula Les imatges arribaren a temps (2025). Actualmente, Carrió compagina la creación audiovisual con su trabajo como profesor de cine.
“Les imatges arribaren a temps” es un título tan poético como inquietante. ¿De dónde surge esta frase y qué significado toma dentro del relato del cortometraje?
Aunque dentro del corto no le he dado ese sentido, después de verlo un par de veces, me di cuenta de la fuerza que podría tener descontextualizar la frase y convertirla en título. Las imágenes (stories) llegaron a tiempo para que todos pudiésemos vivir el desastre desde nuestros dispositivos móviles inteligentes, y las imágenes (cine) llegaron a tiempo, hace poco más de un siglo, para entretenernos, enseñarnos, hacernos sentir y, al fin y al cabo, dar sentido a nuestras vidas.
El corto es una reflexión sobre cómo la forma de grabar condiciona aquello que recordamos. ¿Crees que el paso del formato televisivo clásico al vertical de las stories ha empobrecido nuestra memoria visual colectiva?
Este es uno de los temas que motivan la existencia del corto. Incluso me atrevería a decir que es su hilo conductor. No sé si considerarlo un empobrecimiento, pero sí un cambio de paradigma; hemos pasado de grabar lo que tenemos delante, a grabarnos delante de eso. Aun así, diría que he hecho una lectura bastante optimista de todo ello.
Uno de los hilos más personales del corto es la figura de tu padrino y su vivencia durante las inundaciones de Esporles en 2007. ¿Cómo conectas esta historia íntima con las imágenes de la DANA y otros desastres naturales recientes?
Aquella mañana en que nos despertamos con las imágenes de la DANA, pasamos horas, incrédulos, mirando el desastre que estalló, cerca de nuestra casa pero lo suficientemente lejos como para sentirnos afortunados de sufrirlo solo desde la empatía. Aquellas imágenes eran diferentes de las que había grabado yo en el pasado durante el único desastre relacionado con el mal tiempo que he vivido. Las primeras imágenes de la DANA tienen un claro protagonista: la víctima, lo que siente, y cómo lo hace para sobrevivir. Las imágenes van firmadas con la presencia de la persona que las graba, mientras alarga un brazo para verse en el encuadre. En ese momento, y haciendo memoria, vuelvo a las imágenes que grabé yo casi veinte años antes, donde no salgo ni se me oye: las grabé como puro documento histórico; no soy importante dentro de ese relato. Cuando empiezo a ver que detrás de eso podría haber una historia, encuentro por casualidad unas imágenes donde sale mi difunto padrino, emitidas el mismo día en que el torrente de Esporles se desbordó. Este hecho se convierte en el detonante de la reflexión que presento en mi corto.
La pieza ha tenido una gran acogida en una veintena de festivales de todo el mundo, como Alcances (Cádiz) o los Premios Pávez (Talavera de la Reina), donde ha sido premiado. ¿Qué crees que conecta tan directamente con el público: la nostalgia del archivo doméstico, la crítica al lenguaje visual actual o la dimensión emocional de la pérdida?
Aún hoy, y tras comprobar con alegría que el corto gusta, soy el primero sorprendido por la acogida que está teniendo. Me ha costado más de siete cortometrajes conseguir conectar emocionalmente con el espectador. Mirando ahora hacia atrás, puede ser que los cortos anteriores los haya hecho para gustarme a mí. Por otro lado, seguramente, a pesar de la excepcional excepción de Woody & Woody (2017), este sea ya mi cortometraje más visto y más celebrado. No deja de ser irónico, sin embargo, que este sea el único que protagonizo, aunque solo con mi voz omnipresente. Y como si se tratara de una paradoja, el corto que he hecho con más presencia mía (voz, reflexión y vínculo familiar como detonante), es precisamente el corto que mejor ha conseguido universalizar lo que he querido contar.

Utilizas archivos y fragmentos de diferentes formatos y épocas, creando una especie de collage audiovisual. ¿Cómo fue el proceso de selección y montaje de estas imágenes y qué querías transmitir con ese contraste de estilos?
Este es un cortometraje que no ha tenido un rodaje como tal. El archivo doméstico ha sido releído, no necesariamente manipulado, para darle un sentido narrativo que no tenía inicialmente. Aunque hay material grabado por mí, la mayor parte del material lo han creado otros. Eso es un reto interesante y altamente estimulante como narrador audiovisual. Es un corto de montaje. El abanico de posibilidades de los diferentes formatos de pantalla con los que hemos ido creando a lo largo de los años es el «cómo» del cortometraje, y los desastres naturales y cómo hemos interactuado con ellos como sociedad, el «qué».
Más allá del tema de las catástrofes naturales, el cortometraje parece hablar también de nuestra necesidad de documentarlo todo, incluso el dolor. ¿Cómo ves esta obsesión contemporánea de grabarlo todo con el móvil en la mano, incluso en momentos trágicos?
Entiendo que todo está ligado a la necesidad de trascendencia por un lado, y por la parte más cuestionable del deseo extendido de sentir el reconocimiento por parte de los demás. El cambio de paradigma llega con los smartphones y la posibilidad de guardarlo todo en la nube. La duración de la cinta ya no es un tema, ya no hace falta pensar si queda espacio para grabar, no hace falta cambiar la bobina de la película para seguir grabando; tenemos sistemas de grabación digitales e ideales, grabamos todo lo que queremos, y no nos paramos a pensar si es necesario tener algo grabado o no. Tenemos tanto material en vídeo guardado (¡no quiero ni pensar en el material fotográfico!) que si algún día lo necesitamos, no sabremos ni si realmente lo llegamos a grabar. Lo hemos banalizado todo, no hay duda.
Después de “Les imatges arribaren a temps”, ¿hacia dónde te gustaría dirigir la mirada como cineasta? ¿Quieres seguir explorando el archivo personal y colectivo o tienes otros caminos creativos en mente?
Siempre me ha gustado decir, y demostrar, que no he repetido fórmula ni una sola vez. Cada nueva pequeña película que he hecho es diferente de la anterior. Esta vez, sin embargo, creo que he encontrado una posibilidad narrativa que aún no he agotado. Tengo la sensación de que puedo tirar de este hilo e invitar al espectador a reflexionar sobre otras cuestiones que nos deberían preocupar como sociedad. Ahora mismo tengo en iCloud un total de 6.032 vídeos que no han sido pensados para formar parte de nada. Quizá me ponga a buscar si ahí se esconde alguna historia que valga la pena contar.
Un retrato íntimo y universal
Con Les imatges arribaren a temps, Jaume Carrió abre un nuevo camino dentro de su filmografía. Lo que empezó como una reflexión personal sobre las imágenes de archivo y la memoria visual, se ha convertido en una obra capaz de conectar con el imaginario colectivo. Un cortometraje sobre lo efímero, lo tecnológico y lo profundamente humano.