En un pequeño local del barrio, Carolina y Abel han convertido la reparación y restauración de bicicletas en un acto casi artesanal, donde cada pieza tiene historia y cada bici un carácter propio.
Palma · 16 de diciembre de 2025. En la calle Nicolau de Pacs, 21, lejos del ruido de las grandes superficies y de la lógica acelerada del consumo rápido, existe un taller donde el tiempo parece ir a otro ritmo. Tripbike no es solo un espacio de reparación de bicicletas; es un refugio para hierros con pasado, un laboratorio creativo y, sobre todo, una forma de entender la mecánica como cultura y memoria. Al frente están Carolina y Abel, dos perfiles distintos que se complementan en un proyecto nacido del esfuerzo, la intuición y muchas horas de trabajo entre grasa, óxido y cromados.
El taller abre de lunes a viernes de 10 a 14 h y de 16:30 a 21 h, y los sábados por la tarde (teléfono de contacto: 687464173), pero dentro no hay horarios estrictos para la imaginación. Nada más entrar, el visitante se topa con un caos aparente que Abel define sin rodeos como “mi vergüenza, mi caos y mi tranquilidad”. Bicicletas colgadas, cuadros esperando una segunda vida, piezas antiguas clasificadas para futuros proyectos y otras destinadas a la chatarra conviven en un equilibrio que solo ellos parecen entender.

Uno de los sellos de Tripbike es la restauración de bicicletas clásicas y la personalización extrema. Montys, GAC, BH, Macario, Mongoose o auténticas reliquias de posguerra pasan por sus manos. Abel lo explica con pasión: “Yo las veo en el chatarrero llenas de golpes y ya veo en mi cabeza lo que pueden llegar a ser”. Ese ejercicio de imaginación es el punto de partida de transformaciones radicales: bicicletas oxidadas que recuperan el brillo del cromo original, cuadros imposibles que vuelven a rodar, o modelos que acaban desfilando en pases de moda como piezas únicas.
Entre las joyas del taller aparecen bicicletas históricas como las Macario Campagnolo, utilizadas en las vueltas ciclistas tras la Guerra Civil. “Dependiendo del estado y de quién la busque, hay gente que paga hasta 1.000 euros por una bicicleta así”, explica Abel, mientras señala cuadros reforzados y soldaduras que ya no existen en la fabricación actual. Para él, la diferencia entre antes y ahora es evidente: “Los materiales modernos son peores. Pasa como con la comida: los pepinos ya no saben a pepino. Una cadena antigua, bien limpiada, es más gruesa, más pesada, pero mucho más resistente que una moderna”.
Carolina aporta el equilibrio al discurso y a la gestión diaria del taller. Es ella quien estructura, quien convierte la idea en un proyecto viable. Abel lo reconoce sin rodeos: “Ella tenía los pies en el suelo y yo tenía el plan en la cabeza. Entre los dos hicimos las escaleras para llegar”. La convivencia no siempre es fácil, pero ambos coinciden en que lo que les une es el sueño compartido de sacar adelante el negocio. “Sabemos que somos insufribles, los dos”, dicen entre risas, “pero nos aceptamos para que esto funcione”.

Tripbike también es un espacio crítico con la lógica de internet y la compra online. No reniegan de ella —la utilizan para encontrar piezas y mostrar trabajos—, pero reivindican el valor del trato personal y del oficio. “El taller siempre va a existir”, asegura Abel. “La gente compra por internet, pero luego viene con la bici sin engrasar, mal montada, y quiere que se lo arregles al precio de internet. Y eso no funciona así”. En Tripbike no se prometen milagros: si un freno hidráulico está maltratado, se purga sin garantía; si se quiere seguridad total, la solución es clara: pieza nueva y montaje profesional.
El taller es también un espacio creativo donde se mezclan grafitis hechos con plantillas, pintura neón, luces retro y proyectos imposibles, como un “car de Umbrella” inspirado en el universo zombi, con ametralladoras simuladas fabricadas a mano. Todo se reutiliza, todo se transforma. “Muchas cosas salen literalmente de la basura”, explican, reivindicando una filosofía de reaprovechamiento frente al consumo rápido.

Hay, además, una dimensión casi mística en su relación con las bicicletas. Abel habla sin pudor de “fantasmas” y “karma”. Bicicletas que pinchan una y otra vez sin motivo aparente, otras que parecen resistirse a ser arregladas, especialmente las robadas. “Los vehículos hay que tratarlos bien”, insiste. “Si cuidas una bicicleta, te cuida. Si la maltratas, algo siempre pasa”. Para él, una bici de hierro bien cuidada puede durar cincuenta años sin arrugarse, sin envejecer.
Como cierre, los consejos son claros y directos: no dejar las bicicletas mojadas, secarlas siempre, engrasar solo lo necesario —la cadena, no todo el conjunto—, mantener las ruedas bien hinchadas y, si no se usan durante mucho tiempo, colgarlas del techo protegidas del suelo y la humedad. “Y cuando hagas algo”, concluye Abel, “hazlo esforzándote de verdad. Si sufres un poco haciéndolo, el resultado siempre será mejor. A lo mejor no en eso, pero en otra cosa. Así funcionan las cosas”.
Tripbike no es un taller al uso. Es un lugar donde las bicicletas recuperan su dignidad, donde la mecánica se mezcla con la memoria y donde cada proyecto cuenta una historia distinta. Un pequeño universo sobre ruedas que, en pleno Palma, demuestra que aún hay oficios que se hacen con las manos… y con el corazón.





