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Rosie Nguyen: «Cada obra es parte de una historia que vengo escribiendo desde niña»

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La pintora vietnamita afincada en Mallorca expone su evolución artística y vital en ‘De Vietnam a Mallorca: un viaje de identidad’ en el Centro de Historia y Cultura Militar de Baleares, una muestra donde fusiona sus raíces asiáticas con la cultura rural mallorquina.

Palma, 26 de abril de 2025. Rosie Nguyen representa un ejemplo inspirador de valentía y transformación. Nacida en Hanói (Vietnam) en 1985, su vida parecía encaminada hacia la estabilidad profesional como oficial de policía, pero su pasión por el arte, latente desde la infancia, acabó guiándola por un sendero muy diferente. Tras llegar a España para estudiar, y tras una intensa reflexión durante la pandemia, decidió dedicarse plenamente a su vocación artística. Desde hace tres años, Mallorca se ha convertido en su hogar y su fuente inagotable de inspiración.

Ahora, su exposición De Vietnam a Mallorca: un viaje de identidad, inaugurada en el Centro de Historia y Cultura Militar de Baleares, recoge no solo su evolución técnica como pintora, sino también su propio viaje vital, emocional y cultural. En esta entrevista, Rosie Nguyen nos invita a conocer más de cerca su proceso creativo, sus emociones más profundas y sus sueños de futuro.

Rosie, tu trayectoria vital y profesional es realmente inspiradora. ¿Qué fue lo que te impulsó a dejar una carrera estable como oficial de policía en Vietnam para comenzar de cero en el mundo del arte en Europa?

Es una pregunta muy profunda que toca el corazón de mi trayectoria. Mi vínculo con el arte comenzó desde niña. A los 12 años gané un concurso de pintura, y gracias a eso mi madre me inscribió en varios cursos con artistas reconocidos en Vietnam. Siempre soñé con estudiar Bellas Artes, pero no logré entrar a la escuela por apenas medio punto. Eso cambió el rumbo de mi vida y terminé estudiando contabilidad, administración de empresas y derecho. Trabajé en banca, luego en marketing, y finalmente como oficial de policía. Sin embargo, durante todos esos años seguí asistiendo a clases de arte los fines de semana — el arte siempre fue una parte fundamental de mí.

Cuando decidí mudarme a Barcelona, no tenía un plan muy claro. Sentía que, a mis 33 años, necesitaba hacer algo distinto, algo para mí. Mi idea inicial era estudiar español durante un año y después, quizás, hacer un máster en administración de empresas — un MBA, como se le conoce internacionalmente. Era lo más lógico según mi formación y experiencia previa.

Pero entonces llegó la pandemia, y como a muchas personas, me hizo replantearme profundamente qué quería realmente en la vida. Fue en ese momento de pausa global cuando entendí que era el momento de retomar mi sueño interrumpido a los 18 años. Me acerqué a la enseñanza del arte académico del siglo XIX y sentí una conexión muy fuerte. En lugar del MBA, decidí estudiar Bellas Artes en serio, con compromiso y entrega. No fue fácil empezar desde cero en otro país, pero por primera vez sentía que estaba eligiendo un camino alineado con mi esencia. Hoy, como pintora, siento que cada obra es parte de una historia que vengo escribiendo desde niña.

Desde tu llegada a Mallorca has conectado profundamente con la isla y su cultura rural. ¿Cómo fue ese proceso de integración y qué te atrapó del paisaje y la vida mallorquina?

Desde que llegué a Mallorca, mi conexión con la isla y su cultura rural ha sido un viaje fascinante y profundamente enriquecedor. Al principio viví un tiempo en Caimari y luego en Muro, un pueblo que recuerdo con muchísimo cariño. Allí recibí un gran apoyo en mis primeros pasos, y una parte importante de mi obra nació de la inspiración que encontré en la naturaleza de ese lugar.

Más adelante, la vida me llevó a Cala Millor, donde vivo con la familia de mi marido. Curiosamente, su empresa familiar de construcción, Ferry Construccion, me ha ofrecido una forma muy particular de conocer la isla. Mientras él trabaja en diferentes puntos de Mallorca, yo he tenido la oportunidad de explorar con calma su paisaje: pasar horas observando los olivos centenarios en Valldemossa, caminar por Deià o por Plaza Es Blanquer en Inca… todos esos lugares me han ofrecido no solo belleza visual, sino también historias humanas que han nutrido mi trabajo. Una de ellas fue la que representé en una pintura dedicada a los ancianos, inspirada en una escena que vi en un parque.

Además, mi curiosidad por la cultura local me llevó a conectar con personas maravillosas como Aina Canyelles, presidenta de la Associació de Ramaders de l’Ovella Roja Mallorquina. Gracias a ella he podido conocer de cerca esta raza autóctona y estudiar su forma y anatomía, algo que sin duda ha influido en mi obra.

Pero más allá del paisaje, lo que más me atrapó fue la calidez de la gente, el ritmo de vida pausado y las tradiciones tan arraigadas. Participar en eventos como la Fira Oví i Caprí en Calvià me permitió sentirme parte de la comunidad. También he tenido la suerte de formar parte de varias ediciones de La Nit de l’Art, celebrada en lugares como S’Arracó, Santanyí, Ses Salines, Palma, Son Servera, Sa Coma… noches mágicas en las que el arte y la comunidad se encuentran cara a cara.

Hoy, Mallorca no es solo el lugar donde vivo, es mi hogar artístico. Es aquí donde siento que mi obra florece, alimentada por una conexión profunda con esta tierra, su cultura y su gente.

En tu obra hay una fuerte presencia del realismo, pero también una constante experimentación con materiales y técnicas. ¿Qué estás explorando actualmente en tu evolución artística?

Es cierto que el realismo es una base importante en mi obra, una forma de conectar con la tangible belleza que me rodea, especialmente aquí en Mallorca. Sin embargo, siento una curiosidad constante por ir más allá de la mera representación, impulsada en parte por mi deseo de continuar una formación artística que inicié hace un tiempo.

Como muchos quizás no sepan, completé un año de estudios de Bellas Artes en Barcelona. Desafortunadamente, la situación económica en ese momento me impidió continuar el programa completo de tres años. Esa experiencia sembró en mí una profunda necesidad de seguir aprendiendo y explorando el mundo del arte para sentirme realizada plenamente.

Actualmente, estoy explorando cómo integrar esa observación detallada con una mayor experimentación en materiales y técnicas para enriquecer la narrativa de mis piezas. Por un lado, sigo profundizando en la representación de la figura humana y el paisaje mallorquín, buscando capturar no solo la apariencia, sino también la atmósfera y la emoción del momento.

Paralelamente, me encuentro investigando con diferentes soportes y técnicas mixtas. Estoy interesada en cómo la textura de un material puede complementar o incluso transformar la percepción de una imagen realista. También me atrae la idea de yuxtaponer elementos realistas con abstracciones sutiles, creando capas de significado y permitiendo al espectador una interpretación más abierta. Además, aprendo constantemente del trabajo de otros artistas, tanto contemporáneos, incluyendo mis compañeros del colectivo Ou Verd, como aquellos que me precedieron. Siento que mi formación artística continúa de manera autodidacta y seguiré estudiando y experimentando todo lo que pueda.

En esta etapa de mi evolución, busco un equilibrio entre la solidez del realismo y la libertad expresiva que ofrecen otros lenguajes artísticos. Quiero que mis obras no solo sean una ventana al mundo, sino también una invitación a sentirlo de una manera nueva y personal, nutriendo así esa sed de conocimiento artístico que aún reside en mí.

Has afirmado que pintar retratos puede llegar a emocionarte hasta las lágrimas. ¿Qué papel juega la dimensión emocional en tu proceso creativo, especialmente cuando retratas personas?

Es absolutamente cierto. Pintar retratos es para mí mucho más que una representación visual; es un encuentro profundo con el alma de otra persona. La dimensión emocional juega un papel central, casi como un hilo invisible que conecta mi pincel con la esencia del retratado.

Quizás esto también se relaciona con una creencia arraigada en la cultura vietnamita: el rostro es un espejo del mundo interior de una persona, algo que, en esencia, no se puede ocultar por completo. Al enfrentarme a un rostro, busco más allá de los rasgos físicos. Intento percibir su historia, sus alegrías, sus silencios, quizás incluso sus tristezas. Es como intentar escuchar la melodía que reside en su interior y traducirla al lienzo. A veces, al capturar una mirada particularmente intensa, una expresión de melancolía o una sonrisa llena de calidez, siento una resonancia tan fuerte que sí, puede llegar a emocionarme profundamente, incluso hasta las lágrimas.

Creo que esta conexión emocional es fundamental para que un retrato trascienda la mera semejanza. Es lo que le da vida, lo que permite al espectador sentir algo al contemplarlo. Para mí, cada rostro es un universo único, lleno de experiencias y emociones esperando ser descubiertas y compartidas a través de la pintura. Es un acto de empatía, de intentar comprender y honrar la humanidad del otro. Y cuando siento que he logrado capturar una pequeña chispa de esa verdad emocional, es cuando la experiencia se vuelve realmente significativa y conmovedora.

Tu exposición ‘De Vietnam a Mallorca: un viaje de identidad’ supone un hito en tu carrera. ¿Qué significa para ti esta muestra y cómo crees que representa tu transformación personal y artística?

Esta exposición representa, sin duda, un momento muy significativo en mi carrera y en mi vida. Es la culminación visual de un proceso personal profundo y una exploración artística que ha abarcado continentes, culturas y vivencias muy distintas.

Para mí, esta muestra es como abrir un diario íntimo al público. Cada obra es una página que habla de mi camino: desde mis raíces en Vietnam hasta el presente que construyo día a día en Mallorca. Se incluyen trabajos desde mi etapa como estudiante de Bellas Artes en Barcelona, lo que permite al espectador seguir mi evolución artística desde aquellos primeros pasos hasta el momento en que decidí establecerme en esta isla y comenzar aquí mi carrera profesional.

También forman parte de la exposición piezas creadas en lugares muy significativos para mí, como Caimari, Muro, Inca, Cala Millor o Cala Figuera. En todos ellos, la naturaleza y la calidez de la gente de Mallorca se han convertido en una fuente constante de inspiración. Además, he querido rendir homenaje a esta tierra a través de una serie de obras basadas en fotografías del querido artista mallorquín Josep Pons Frau, que me ayudaron a conocer mejor la historia local y conectar emocionalmente con ella.

Presentar esta trayectoria en el amplio espacio del Centro de Historia y Cultura Militar de Baleares es un privilegio. Tener la posibilidad de mostrar no solo mis obras, sino también el viaje que hay detrás de cada una de ellas, me hace sentir profundamente agradecida.

Esta exposición refleja mi transformación en muchos niveles. A nivel artístico, se percibe una evolución en la técnica, en la paleta y en los temas que me mueven. De una pintura más académica, he pasado a explorar una mayor carga emocional y conceptual, influida tanto por el entorno mallorquín como por mi herencia vietnamita. Pero también hay una transformación personal: mi pasado profesional en finanzas, marketing, derecho e incluso como oficial de policía está presente, aportando capas de profundidad y perspectiva a mi mirada artística.

En definitiva, esta muestra es una celebración de mi viaje interior y exterior. Es la unión de dos mundos que me habitan, un testimonio de la capacidad de reinventarse, de seguir buscando y del poder del arte como puente entre culturas, emociones e identidades.

Además de pintar, también impartes clases de dibujo siguiendo la metodología del siglo XIX. ¿Qué te atrae de ese enfoque clásico y cómo lo aplicas en tu enseñanza?

Sí, además de mi trabajo como pintora, siento una gran pasión por compartir el arte a través de la enseñanza, especialmente del dibujo con la metodología académica del siglo XIX. Lo que más me atrae de este enfoque es su profundidad: se basa en una observación rigurosa, en la comprensión anatómica del cuerpo humano, en el estudio de la luz y la sombra, y en una construcción precisa de la forma a través de la línea y los valores tonales.

En mis clases, busco transmitir esa manera de mirar, de ver de verdad. Enseñamos a observar más allá de la superficie: analizamos proporciones, estructura ósea y muscular, cómo la luz interactúa con el volumen. Trabajamos con técnicas tradicionales como el carboncillo, la sanguina y el grafito, enfocándonos en la creación de transiciones suaves, en la atmósfera, en la forma que emerge gradualmente a partir del claroscuro.

Uno de los pilares fundamentales que intento cultivar es la paciencia. Este enfoque requiere tiempo, constancia y mucha práctica, pero creo firmemente que proporciona una base sólida sobre la que cada alumno puede construir su propio lenguaje artístico. No se trata de reproducir modelos del pasado, sino de adquirir herramientas atemporales que permitan a cada persona expresarse con autenticidad y profundidad.

Para mí, enseñar esta metodología es también una forma de honrar el oficio artístico. Ayuda a desarrollar no solo la técnica, sino también la sensibilidad y la capacidad de ver el mundo con otra mirada. Y eso, en sí mismo, ya es un acto de transformación artística.

Ahora que has encontrado un nuevo hogar y una nueva vocación en Mallorca, ¿cuáles son tus objetivos para el futuro? ¿Te gustaría llevar tu arte a otros lugares o seguir profundizando en la esencia de la isla?

Mallorca ha sido, sin duda, un lugar de transformación para mí. Llegué buscando un cambio, y encontré mucho más que eso: un nuevo hogar y el entorno perfecto para reconectar con mi voz artística. La luz, el paisaje, la tranquilidad… todo en esta isla ha alimentado mi proceso creativo de una forma que nunca antes había experimentado.

Al mismo tiempo, me siento afortunada de haber podido desarrollar mi carrera artística en un país como España, donde el arte ocupa un lugar importante en la vida cultural. Aquí se celebran cientos de concursos de pintura cada año, tanto a nivel nacional como internacional, lo que brinda oportunidades reales a los artistas. Gracias a ello, algunas de mis obras han sido seleccionadas como finalistas en distintos certámenes, y actualmente están siendo expuestas en ciudades como Badajoz, Marbella (Málaga) y Barcelona.

De cara al futuro, mi deseo es seguir creciendo en esta línea: continuar participando en concursos, pero también llevar mi arte más allá de las fronteras españolas. Me encantaría presentar mi trabajo en otros países de Europa, y también en Asia, donde están mis raíces. Me interesa que mi obra viaje, se exponga a nuevas miradas, dialogue con otras culturas, y continúe evolucionando.

Eso sí, siempre con Mallorca como base. La isla se ha convertido en el lugar donde nace mi arte, desde un lugar honesto, profundo y lleno de sentido. Aquí encontré mi voz, y desde aquí quiero seguir compartiéndola con el mundo.

La historia de Rosie Nguyen es un testimonio de coraje, perseverancia y amor por el arte. Dejar atrás una vida estable para perseguir un sueño no es fácil, pero Rosie demuestra que seguir la llamada interior puede abrir caminos insospechados. Con Mallorca como refugio y fuente de inspiración, su obra nos recuerda que el arte no entiende de fronteras, sino de emociones auténticas que conectan a personas y culturas en cualquier lugar del mundo.

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